Capítulo 20       

 

¿Y yo, quién soy?

 

Debe ser uru mi papá, he pensado, cuándo haiga pensado. Yo soy medio uru entonces, mitad, mitad, del tiempo de la penumbra.

 

Así ya también pensando, quién seré yo en este mundo. Cuando estoy sola me pongo a pensar, cuando me viajo a Oruro en las noches y me despierto en la fl ota. Por qué seré yo así, pensando me despierto, todavía no llegamos, bien he dormido. Cambio de posición en el asiento y busco mi peine. Me peino, sin espejo. Cuando estoy en la casa de Cochabamba sí, por las tardes, a veces sola estoy y me miro. Tengo que ir a Oruro a ver al curandero ese, al brujo, para hacer curar a mi marido. ¿Curarlo? Sí, de ese su capricho con esa otra mujer. Me siento y me miro en el espejo. Tengo dos trenzas yo, largas, tengo cuatro añitos y mi mamá me dice ven, te voy a enseñar. Me enseña a hacerme trenzas, «después tú solita te vas a hacer. Las mujeres tenemos que peinarnos bien».

 

Me despeino, vieja ya me miro, dolida de la vida, por qué mi marido es así, por qué yo le aguanto, gritando dentro de mí, me froto las orejas, me echo un poco de agua con mis manos, ojos, orejas, cabellos, mis dedos son peine, poco a poco, y siento que viene la calma, de dónde vendrá. Estiro mis cabellos con las manos, mis dedos, el peine, así, ya va a ser tarde, mis hijos van a llegar, comienzo a hacerme las trenzas, para qué pues, mi mamá me ha enseñado así. «Mujercita eres». Me acuerdo, pues. Después ya en Arica la chica esa, la Guillermina, ¿te acuerdas? La que me compraba zapatos de mujer, me decía «ven, te peinaré, tú no sabes», me agarraba de mis cabellos y me hacía de esta forma, de esta otra, «no te quejes, a los hombres así les gusta».

 

Ahora ya vieja estoy, no estoy vieja, me toco los cabellos, lo trenzado y lo sin trenzar, me echo un poco más de agua y ya, voy acabando una trenza, ahora la otra, quién seré pues yo. Me gusta pero, mujer soy y me voy a morir. La mujer del espejo me sonríe, qué te vas a morir, diciendo con sus ojos. Mis ojos son chinitos, mi nariz torcida es, como de loro, mis labios ni gruesos ni delgados, un poco salidos sí. Qué dice mi cara. Qué dice mi cuerpo. (No hay que tocarse, dice. No hay que mirarse, dice.) Espejo en Arica he conocido. «No seas burra, aprendé», diciendo la Guillermina. En ciudad es así. Yo no. «No hay que mirarse al espejo», diciendo mi mamá, «sí, mamá», le respondo y miro la pampa, chiquita yo, pensando en la laguna donde se miran las parihuanas (fl amencos), donde se refl ejan sus patas rosadas, sus pechos blancos. Siiiii, espejo tienen ellas, parinas también se llaman. Parinaquta: lago de las parinas. (Pueblito de frontera es eso.) Ave sagrada, su sangre. Me gustan mucho, mamita. Todas tienen espejo, mamita. Yo soy parihuana, volar me falta, no soy mujer aymara ni quechua. «No seas burra, pues, tienes que ser hermosa», dice la Guillermina. Mujer soy, ¿qué es eso?

 

Me he trenzado ya las dos trenzas, suspiro, lloro. ¿Contenta estaré? Mis cabellos se han blanquecido, mis cabellos son gruesos como cerdas ya, estoy muerta. Estoy debajo de la tierra y mis cabellos crecen, negros otra vez, como cuando mi mamá me lavaba con orines podridos y brillaban y ella me besaba, «hijita, hijita linda, uruwawa». ¿Por qué me estoy acordando de mi mamá? ¿Dónde están ellos? Tengo que contarte, sólo sé que se han muerto antes que yo, sus últimos días apenas, ¿cómo siempre?

 

No he sabido cómo haigan muerto mi mamá y mi papá. A él lo veo en Santa Cruz, lo he visto en siglo pasado, ¿se moriría allá? ¿Haiga vuelto a su tierra? No sabe volver ya, de Arica sabe volver. En Santa Cruz estaba contento y ya no tenía hijos, mujer, responsabilidades. Solo se ha quedado. Solo se ha muerto, por qué. Quién le haiga enterrado. El pobre, el sin tierra para siempre.

 

De mi mamá menos he sabido, qué parientes se haigan quedado en Rosasani, a qué manos haigan pasado esas tierras. Parientes para eso aparecen siempre. «No», dicen mis familiares de Cochabamba, «no hemos podido recuperar». «¿Qué?». Me cuentan. O sea que ellos han estado buscando en Oruro, sólo yo no he querido saber de esos terrenos de Rosasani. Me gusta la tierra, otra tierra. Mis tíos también haigan querido, pero mi mamá más viva, más peleadora. «¿Qué ha pasado?». «¡Todo ha dejado siempre ella!», me dicen con rabia. «¿A quién ha dejado?». «A la religión ha regalado todo». «¿Qué?».

 

Entonces he sabido, única cosa he sabido, que ella se ha convertido pues. Ha dejado costumbres aymaras, todo. Mal ejemplo de su marido. Borracheras, peleas. Se ha cansado de eso y ha encontrado el camino, dice, diciendo, el verdadero. Evangelista se ha vuelto, «¡aleluya, aleluya!». Para vivir vida verdadera, haiga dicho. ¿Cuál vida verdadera? Cuando han ido mis parientes, «ya es tarde», todos los papeles de los terrenos haiga dejado a esos hermanos de su religión.

 

De viejita dice que andaba predicando en Oruro, en Challapata, Huari, Totora, otros pueblos. Mis tíos y mis hermanos no haigan hecho caso, «loca está». Con Biblia, dice. Fiestas no, costumbres no. «¡Somos hijos de Dios, aleluya!», cantando. Siendo mujer, loca se haiga vuelto asimismo, y ha vendido todo de la familia para entregar el dinero a sus hermanos. ¡Hermanos!, «la causa de Yahveh», repitiendo. No ha aguantado, pues, este mundo. No supo sufrir. Así le han engañado. Eso estoy sabiendo de ella. No sé, muerta es ya. En su cielo debe de estar.

 

¿Y yo, quién soy? A ver. Ahora siempre estoy pensando. ¿Cuándo? Debe ser uru mi papá, he pensado. Mi mamá no. Urus son del agua, dice. Diosa del lago tienen. Pero a mí más me gusta la tierra. Eso estoy pensando yo, cuando lo veo en sueños al balsero de Callapa. Por qué pues él ha dicho que somos parientes. Por qué tengo miedo del río. No soy uru. Qué soy. No. Yo no estoy en el espejo. No es bueno mirar eso, miente, dice. Ave quisiera ser, siiiii. Leke-leke. En cambio, estoy acabada mismo, muerta en vida, diciendo. No, muerta siempre estoy.